sábado, 20 de septiembre de 2008

La Isla


Cuando despertó ya casi no recordaba nada. La casa, vacía y húmeda, era embestida por un fuerte viento proveniente del sur. Extraño a esa altura de las circunstancias temporales. ¿Dónde se había marchado el cálido verano?. El mar embravecido golpeaba la costa furioso. La inmensidad de la fina arena blanca lo cubría todo. Escondidas ya las huellas, los rastros desaparecían arremolinados por el viento que transformaba la arenosa superficie en un mapa sin sentido.
Un recuerdo se desprendió de la nada. Una mañana anaranjada, ellos en la cocina. Sentados, uno frente al otro, se miraban ya sin mirarse.
- “Vos me pediste que me fuera”, soltó Santiago.
- “Porque pensé que no lo harías”, confesó Morena.
- “Sentí miedo, como cuando era chico”, dijo apretando los puños.
- “Al menos inventemos una despedida”
Hacía un tiempo que la Isla había empezado a cambiar. Al principio, cuando llegaron, la vegetación era abundante. La vertiente que provenía del arroyo arrojaba su espejo de agua dulce. Morena y Santiago construyeron su casa justo donde el río se une con el mar. Una tarde recostados uno junto al otro en la playa jugaron a buscarles formas a las nubes. Se rieron tanto que debieron detenerse para no ahogarse con las carcajadas. Después hacían fuerzas para perdurar en el instante.
- “Vos nos trajiste acá Morena”
- “Vos nunca marcaste una dirección contraria. Construimos esta casa”
- “Eramos menos sinceros. Ahora te abriste. Me confesaste lo que pensás”
- “Te expresé lo que siento cuando me acuesto con vos”
- “Da lo mismo”
El frío calaba profundo. Los días caían como rocas. Santiago ya sentía el agua morderle la punta de los pies. Al principio, mientras tomaban mates en la galería miraban juntos hacia el mar y observaban la arena cediendo centímetro a centímetro. El mar, decidido, avanzaba sin que ellos alcanzaran a notarlo realmente. Un día se sorprendieron al ver que el agua había tapado los restos de leña que habían quedado en la playa después de la fogata de la noche anterior. El agua dulce se encontraba cada vez más lejos del inicio del río. Para conseguir beber algo debían caminar varios metros más por día hacia adentro de la Isla.
- “Ya no me apasiona esto”
- “Y te vas a ir nomás Santiago”
- “Sí”
- “¿A dónde?”
- “Necesito caminar un rato solo”
- “Querrás decir huir”
- “Quiero decir que nunca te pedí que hicieras lo que hiciste”
- “Era necesario. Eso creía”
Las imágenes iban y venían, copiando el ritmo de las olas. Una vieja radio sonaba en el fondo. El agua estaba muy fría y ya le había trepado hasta las pantorrillas. Sentado en la vieja silla de madera Santiago sólo podía esperar. No se le ocurría nada más. Tal vez si hubiesen advertido el avance del hundimiento con más tiempo habrían podido planificar una salida.
- “Te dejo libre Morena”
- “Quizás si te aferraras a la idea de saber que no estás solo en verdad”
- “Vos no deseás estar a mi lado”
- “Me gustaría sentarme con vos a contar los días que faltan para irnos”
- “Uno de los dos tiene que marcharse”
La tierra olía a mojado. Pronto, la nieve comenzó a desfilar acompasada al sonido del viento. No se acordaba bien si ella tenía el pelo del color del sol o si era pelirroja o morocha. Aunque le parecía poder guardar una imagen de sus ojos atravesando los suyos, reconociéndolo desde adentro.
- “¿Y de mi sonrisa te acordás?”
- “Cada vez que miro el mar. Pero sabés que no puedo cruzar”
- “Ya no te veo”
- “Es esta Isla que nos tiene como atrapados”
Durante los primeros tiempos creían que visitarían el lugar y podrían regresar cuando quisieran al punto de partida. Sin embargo, la natural existencia en tierra virgen los sedujo de tal modo que ya no pudieron recordar el camino de vuelta. Santiago se levantó de la silla y comenzó a recorrer la casa. Primero, se dirigió a la cocina, pasó para el living y miró a través de la ventana empañada. Afuera no podía distinguirse nada más allá de unos metros. El viento y la nieve dificultaban la visión. Se acercó a la puerta. El mar le impedía moverse libremente. El frío le calaba los huesos. Cuando la vio alejarse en el bote pensó que sin ella todo sería distinto. Al minuto siguiente su mente se encontraba completamente en blanco. Hundido en su soledad ya no recordaba nada, ni a sí mismo. La Isla continuaba su indeclinable sumergimiento. De un momento a otro, las paredes de la casa comenzaron a temblar. A varios kilómetros de distancia Morena vio cómo la tierra iba desapareciendo devorada por el océano. Lo último que pudo reconocer a lo lejos fue la ventana de la casa desde donde solía mirar el horizonte ansiando recorrerlo. Ahora, ya navegando afuera, sólo pudo despedirse, partirse en una lágrima, sonreir y, finalmente, flotar.



Escribí esto después de ver por infinésima vez una película que me gusta mucho "Eterno Resplandor..." esa en la que Jim Carrey la rompe, junto a Kate Winslet. La última escena me encontró a las 3 de la mañana. Encendí la compu y, simplemente, arrojé este relato de una sola vez. Lo subo al blog así, sin editar y como vino se va. Lo tiro al mar...
(tomé la foto en una obra de teatro que vi en Documenta: "Agatha", de Marguerite Duras adaptada por Cipriano A. Pitt...casualmente ahí también el mar)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

un monticulo de tierra en medio de la nada... sin ahogarse de soledad sino llenandose de plenos recuerdos que superan la mente... los abrazos infinitos...

lo que me inspiro, lo que a vos te inspiro, etc... comparto el placer de esa pelicula.

Unknown dijo...

Muy lindo sole... guau, la peli me inspiró también, pero no en un plano tan profundo...
me llegó sole

Te mando un beso y feliz cumple cumpa!!!!

Soledad Soler dijo...

Sebastián, Martín gracias por comentar!!!
La verdad estaba en duda sobre subirlo...pero me dije qué va! Me alegro que haya llegado a sus orillas...